Por ese eterno deseo insatisfecho

Percibimos la realidad, la interpretamos; despues la criticamos y la analizamos, luego proponemos y la transformamos.

jueves, 31 de mayo de 2018

Llámenme como se les dé su re chingada gana

Borracho, esclavo cervecero, derrotero, trastornado, vicioso, ojeroso de mierda, yabájalecarnal. Basura, popó, zombi, rey de las cantinas, pedazo de mierda sin dinero, dolor de cabeza en la mañana. Tasbiendemacradoviejo. Llámenme como quieran, cerveza tardía, cabeza fría. Llámenme por mi nombre o por el nombre de mis crudas. Da igual, soy ese. Ese que desayuna el botellón, la ruina, la diarrea, el sudor helado, el vómito verde, la sangre en el culo. Mi cruda eriza. Rayo de carne apagado. Verga dulce, verga agria. Dime como quieras pero háblame. Para dormir y no caer en el insomnio maldito. Cantinero, por favor, tráigame una tregua para los pleitos del cerebro. Llámame borracho de mierda, estiércol, pordiosero, piltrafa de hombre, intento de hombre, casi hombre. Nombre, morro, tú sí que eres un borracho. Llámame como quieras, pues, pero llámame.

martes, 15 de mayo de 2018

Nubes Negras

Cuando me pongo a pensar cómo podría encontrar a mi hija, siento que estoy sobre una roca y alrededor hay un abismo donde habitan enormes monstruos. La policía dijo que debíamos esperar dos días para reportarla como desaparecida. Esa noche no dormí. Ni mi esposo. Estuvimos buscándola en toda la ciudad. Algunos de sus amigos de la preparatoria nos ayudaron, pero hasta la fecha no la hemos encontrado. La última vez que la vieron fue en casa de su amiga Melisa, había ido a pedirle dos pesos para completar lo del transporte de regreso a casa, pero nunca llegó siquiera a la parada del camión. A veces pienso en los posibles lugares donde podría encontrarse y no sé, prefiero que Dios la tenga en su santa gloria antes que sea carne de placer, como según nos dijeron que vive.

Yo solo quiero decirle a mi cachorrita que me perdone por no hallarla. No he perdido la esperanza de encontrarme otra vez con su mirada. Nunca había pensado que pudiera estar muerta, hasta que el pendejo de mi vecino dijo que a las desaparecidas las violan y las siembran en las mentadas narco fosas. Primero, pa no abrir la investigación, el gobierno dijo que ella se fue por voluntad propia, pero no duramos mucho alegando para hacerles entender que no era cierto. Iniciaron una supuesta investigación y para concluirla rápido, dijeron que estaba muerta. Todos se conformaron con ese discurso oficial, excepto mi vieja y yo. Luego, gracias a los organismos internacionales, la revivieron. Las llamadas anónimas y los mensajes de Facebook han demostrado tener más credibilidad que los burócratas. De todos modos seguiremos buscándola hasta acabarnos los recursos. Ya vendimos la casa, me salí de trabajar para cobrar el finiquito y de pura lástima el patrón volvió a contratarme. Los organismos internacionales nos siguen ayudando pero sin buenos resultados, dicen que en México se manejan así las cosas. Los medios han publicado reportajes y hasta ya salimos a nivel nacional, pero nadie actúa. Todos piensan: “oh, qué horrible caso” y luego van a cenar. Aunque digan que no se puede contra lo que no se puede, nosotros seguiremos buscándola.

No hacía mucho que le había llegado la regla a mi hija. Me lo contó con miedo, aunque sabíamos que era inminente. Hablamos del sexo y la precaución. Era virgen. Le gustaba un niño que venía de la Ciudad de México. A él también le gustaba ella, lo supimos cuando nos ayudó a buscarla, se sentía culpable porque esa noche fue a verlo jugar futbol. Él regresó con el equipo y ella, por vergüenza a pedirle dos pesos, fue con Melisa. Camino a la parada del camión fue donde desapareció, lo confirmamos a los diyitas con unos perros de búsqueda que nos prestaron. Una llamada anónima nos dijo que tres sujetos la subieron a una camioneta. Cerca de allí había una cantina recién inaugurada como table dance, de nombre “Las Nubes”. Antes que se cumplieran las horas en las que pudimos denunciar la desaparición, fuimos a preguntar si la habían visto pero el encargado nos corrió del lugar. Regresamos llorando. Después de todo este tiempo, no se me ocurre otra cosa más que rezar.
¿Quién buscaría a una sola desaparecida ante miles de ellas? Me siento impotente. Esto es una realidad que no se acerca a las películas donde secuestran a una niña y un espía superdotado se encarga de eliminar a los malos. Nosotros no tenemos poderes y ni siquiera sabemos diferenciar entre buenos y malos. Pinches políticos a puras vueltas nos traían. Andábamos sin poder dormir, sabiendo que fue hurtada, esperando noticias, hasta que llegó otra llamada y dijeron el nombre de Chuyito. Él la había secuestrado. Con el paso del tiempo supimos que ese tal Chuyito era un cholo esquizofrénico que le gustaba hacer delincuencia, sobrino de El Rudo, un bato que era contador del cártel y dueño de “Las Nubes”.

De mi niña sabemos todo y a la vez nada. Nos costó mucho trabajo enterarnos de las cosas y bastante tiempo. Por ejemplo, integrantes del grupo antisecuestros confesaron tres años después que sí habían localizado a mi hija, pero su jefe estaba involucrado con el cártel e impidió recuperarla. Nos ha costado mucho trabajo digerir el odio de los hombres. Sólo Dios sabe por qué pasa esto. Supuestamente, mi hija fue un regalo de El Rudo, por un mal movimiento contable que le hizo al cártel. Ella se convirtió en la mujer de cama del líder. Vivía encerrada en una casa y todo lo que hacía era acostarse con el jefe. Nos dijeron que él era bueno con ella y nadie más podía tocarla. Esa noticia, que nos dio una mujer, me tranquilizó un poco, pero cuando supimos que la marina mató al jefe, nos alarmamos por lo que pudiera pasar con ella.

Cuando mataron al líder del cártel, otro más heredó la plaza, pero no heredó a mi cachorra. Nos volvimos a levantar de la resignación y buscamos al gobierno. No tuvimos respuesta. Fue cuando comenzó la supuesta guerra contra el narco. Todos andaban asustados pero a mí ya nada me espantaba. Fui a dar hasta con los militares, me dijeron que no encontraron el ex pediente porque hubo cambio de gobierno. Se rieron de mí pero unos días después, recibimos una hoja bajo la puerta donde decía que la señora que administraba “Las Nubes”,una tal Lorena, hermana del Rudo, era amante del comandante de la zona. La señora de los Derechos Humanos dijo que andábamos jugándonos la vida con información muy delicada de enemigos que no estaban a nuestra altura. Mi hija tiene información que puede comprometer al cártel y a políticos, por eso hasta podrían matarla. Sólo Dios sabe por qué pasan las cosas.

Nos dijeron que estaba viva. La sociedad supo que la seguíamos buscando a pesar de los años. Yo estaba rezando frente a un retrato hecho a computadora de cómo sería mi hija en la actualidad. Pasaban de las doce de la noche, recuerdo que el frío se impregnaba en los poros de mi piel, alguien tocó la puerta y mi marido salió a ver. Era un muchacho que nos dijo el rumor de que la llevaron a New York junto con algunas muchachas de “Las Nubes”. Un montón de emociones se licuaron dentro de mí. Sentí que derramé bilis negra, lo juro, y un hedor rancio brotando desde mis entrañas.
Estaba dispuesto a reclamarle al comandante, a dar mi vida por la libertad de mi cachorrita, pero mi esposa me detuvo porque no me quiere perder. Somos lo único que nos queda. Volvimos a caer en depresión. No dormíamos, no cenábamos. El muchacho al que fue a verlo jugar fut bol ya se iba a casar, nuestros amigos siguieron con su vida. Los años pasan y todo cambia, pero nosotros no, hasta la fecha seguimos estáticos. El gobierno no iba ir a New York a buscarla. Después se nos ocurrió que quizá allá sería más fácil rescatarla. Estábamos ahorrando para ir y mi esposa ya había aceptado mi viaje, pero en el transcurso del tiempo nos llamó una mujer muy extraña, diciendo que mi hija ya estaba en México. Estuve a su lado, nos dijo, nos tenían en una casa donde llegaban militares, políticos, músicos famosos, hasta sacerdotes, nosotras éramos el producto, yo logré escapar, pero su hija no pudo, antes era concubina del jefe pero él ya murió, ahora es de todos ellos, y colgó.

La última vez que la vi fue en el comedor haciendo una tarea. Yo estaba dormida y sólo me levanté para ir al baño. Me dijo que iría a un juego de futbol y me pidió dinero para el camión. Mi esposo no había llegado de trabajar. Le di los únicos diez pesos que tenía y me despedí. De haber sabido que iba ser el último adió s, no me hubiera echado a dormir tan tranquilamente. Ahora es de todos ellos y no de nosotros. Donde sea que se encuentre mi hija, sé que no es feliz y eso me causa una tremenda impotencia. A veces pienso que todo es una pesadilla y despertaré con su sonrisa iluminando todo, pero la realidad es esta, las cosaspasan y el tiempo también, ahorita mi hija tiene veintisiete años. Si la historia fuera diferente quien quite ya tuviera nietos. Por eso siento puro rencor por los hombres. Dicen que las flores se marchitan y la esperanza muere al último, y es cierto, ahora lo siento, no son simples frases, sino verdaderos sentimientos.

martes, 17 de abril de 2018

Tu mirada duele

Tu mirada me duele, me alegra pero más me duele. Siento la huida, tu venganza, tu rencor sonriendo, apacible y contento, pero no te das cuenta, o no dices nada, quizá no sabes lo que pasa, por eso me ofendes, me dices pendejo, estúpido, imbécil, farolero, cabrón hijo de puta, lárgate a la chingada, pero cuando me voy me llamas, te pones triste, te pones vestido, no te atreves a dejarme ir, tus piernas mi prisión, no es mi modo de pensar, mis comentarios, mis intentos, malditos intentos. Sinceramente no sé qué quieres de mí, me has quitado toda oportunidad de quedarme o irme ¿dónde estoy? Suspendido, a la deriva. Cualquier momento he de tener el valor que necesito para decirte adiós, si ya sabemos qué debemos hacer por qué no lo hacemos, pinches mexicanos, si no seremos adictos al dolor, al sabor de la nostalgia al recordarnos, al ver en mi memoria esa luz de tus ojos cuando me veías, y sentir la angustia por saber que ya no se ve eso que tú veías en mí, ya no hay brillo, por eso me duele tu mirada. Lapidaria.

martes, 10 de abril de 2018

Ruina desleal


Sebastián no es una isla.
Nadie reclamó por las luces que le instalaron al final de camino.
Sebastián no es un conductor necio que estaciona su auto en el espacio de discapacitados.
Por eso nadie reclama.
Sebastián era una persona. Nada más.
Los que parten el pan allá arriba no lo esperaban llegar porque no era el tianguis turístico.
Él no era un perro o un gato maltratado por algún humano desalmado.
Mucho menos el último rinoceronte blanco de África.
En Mazatlán abundan tortugas sin cabeza y viejos pelícanos percudidos.
Acá la justicia es popó. Popó blanca que mancha los promontorios salados y erosionados.
Erosión de corazón para una familia de humanos. Simples humanos.
Él no dará la vuelta al mundo. No era fulano de tal. Era Sebastián, pues.
Joven promesa del box de trece años que por no cargar celular el diablo se lo llevó.
Ningún día terrenal más.
Hijo de alguien, sobrino de otro.
¿Qué debe estar pagando un padre que entierra a su hijo?
Pero: miles de muertos hay todos los días, ¿quién reclamaría a Sebastián?
Los de su especie sufren de sobrepoblación.
Los finiquitados.
De los Nadies a los Ningunos se llega caminando.
¿Si los ambientalistas defienden la naturaleza, los veterinarios a los animales, los geógrafos las actividades en la tierra, los astrónomos al universo, quién defiende a las personas?
¿Será que los derechos humanos y las ciencias sociales y de la salud no son suficiente y es necesario crear una Personalogía, Humanología?  
Para no olvidar jamás. Nunca más.

viernes, 23 de marzo de 2018

Libros y balazos

Los de la mesa de enseguida sabían que los andaban cazando, por eso bebían de pie mirando hacia todos lados. Ojalá hubiera sabido esto para no pararme en ese lugar. Venía de una feria del libro. De pequeño no sabía que existían pero conocía muy bien las balaceras. No fue mi culpa. Yo sólo conocía de la vida lo que me enseñaba el barrio y la tele.

¿Quién iba pensar que después del olor a libros y esa seguridad absoluta entre letrados, iba a sentir yo tanto miedo? Cuando te toca te toca, dicen, cuando no, ni aunque te pongas.

Yo quería comer, no tardaron en ponernos tostadas, limón y sal. Pedí una salsa habanera y puse sobre la mesa un par de libros que compré. Había sido buen día, hasta que pasó lo que pasó. El sol caía, la música de reggae sonaba en vivo y el ceviche que nos sirvió una mesera tarabiscoteada, enchilaba como nos gusta a los sinaloenses.

La cerveza sudaba su servilleta. No tardé en notar que los sujetos de enseguida emanaban una alegría que jamás había visto. Traían un griterío de risas y se daban abrazos. Después supe que esperaban la muerte, de una forma en que sólo ellos podrían sentirlo. ¿Qué es el destino para un narco?

La feria del libro de Mazatlán resultó ser de un entretenimiento fugaz. ¿Desde cuándo se hace en el polideportivo de la universidad? Al entrar a la duela miré a unos amigos en la lejanía. A la derecha estaba el stand de la librería Educal, lo atendía una jovencita de rostro amargo. El aire acondicionado disputaba con el calor humano. No había niños ni estudiantes porque era sábado. Me gustó no ver acarreados. Un viejo que fue director de un periódico durante mucho tiempo presentaba su libro de anécdotas policiacas. Caminé entre la gente, escuchando las preguntas del público al escritor. Llegué al stand del Colegio de Sinaloa y una adolescente, distraída con el celular, se estrelló conmigo. Seguí caminando y me detuve cuando un joven barbón desde las gradas, comentaba al escritor sobre un jefe de policía en Culiacán que estuvo en la lista de buscados por la PGR. Además, dijo, hace poco un periodista lo cuestionó y él lo amenazó. Todo el mundo supo que se refería a Chuy Toño. ¿Qué representa para una democracia las amenazas a un periodista por parte del jefe de la policía? Todos callaron. Me crucé de brazos y miré al escritor, era canoso y usaba corbata. Dijo no tener conocimiento del caso pero era común que hicieran política de esta manera.

Llegué ansioso por comprar libros de historias como las que hablaban los que hacían uso del micrófono, de narco violencia, de la realidad corrupta. Tenía muchas curiosidades. Un amigo dice que nunca se sabe quién trabaja para quién. Yo insistía en la singularidad de la verdad. Le decía que atrás de cada muerte hay una deuda, un rencor, un ajuste, un engaño, lo que fuera. Y casi siempre una petición y un permiso. Aunque poco me interesaban esas cuestiones muy difíciles de saber. Lo mío era más sutil. ¿Qué siente la gente cuando está en una balacera? ¿Hacia dónde huye? ¿Cómo se sienten los balazos? He escuchado varios a lo largo del tiempo, pero jamás los había visto, hasta ese día que fui a la feria del libro, luego a la marisquería y pasó lo que pasó.
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Ya se imaginaran. Yo era uno de los cien cuerpos que se tiraron al piso como si también nos hubieran disparado. Escuchamos estruendos y al darnos cuenta que no era pirotecnia, sino un prieto de rostro rabioso, mirando sin parpadear, abrazando un cuerno de chivo chapeado de oro, disparando hacia la multitud, provocó entre nosotros un terror personificado. ¿Quién no pensó que el sujeto nos iba a matar a todos?

Allí descubrí un nuevo miedo. La mirada del tipo que masacra en público. La señora que grita por su bebé. Mi compadre levantándose tembloroso a medio paso del colapso. Yo extasiado, con un hueco en el estómago. Varios cuerpos muertos a mi derecha. El hombre que clama tranquilidad en medio de lloriqueos farragosos. ¡Ya se fueron, ya se fueron! ¿Quiénes? Yo sólo vi a una persona. Lo puedo imaginar antes de llegar:

El conductor habría dado una vuelta para cerciorarse de la información que recibió. Los muertos bebían a dos pasos de la banqueta, allí en ese restaurante playero al aire libre. Tenían varias cubetas de cerveza y estaban rodeados de amigos. Bebían, picaban camarones y se reían de algo que jamás sabré. Ya sabes lo que vas hacer, le habría dicho alguien al que iba disparar. Era más fácil así en vez de comenzar una balacera, el jefe habría dicho que tenía que ser rápido y conciso. Uno puede imaginar que el sujeto se dio un pase de cocaína antes de bajar y disparar más de treinta balazos.

¿Qué se sentirá domar a cien personas, que te miren mientras las matas, cayendo sincronizadas al piso?

Los únicos lobos que mueren en manada son los narcos. Lo presencié. Era el primero de varios golpes, a los días murieron detectives y ministeriales. Casi nadie se mete con marinos y militares. Los muertos lo sabían, por eso algunos portaban chalecos antibalas, pero de vestir. Me pareció raro porque no hacía frío. De hecho, había tanto calor que mi amiga, la que no bebe, pidió una cerveza. Ella fue la primera que se tiró al piso, yo me tiré porque los demás lo hicieron. Escuché unos cuetes y fue en la cuarta detonación en la que caí al suelo. La cerca eran tres tablas horizontales por donde pude ver el AK-47 dorado.

Los que decidieron usarla, habrían dicho: esta arma se hizo para matar. Así fue. Murieron cuatro hombres y varios heridos. La prensa dijo que fueron 36 balas. Eran narcotraficantes, dueños de noséqué. El periódico no lo dijo, incluso dijeron que nadie murió, tampoco nadie habló cuando patrullas municipales y bandas sinaloenses protagonizaron un desfile fúnebre con los cuerpos. El sujeto que los mató sabía que eran personas importantes de la empresa, por eso explotó al máximo su potencial, su cuerpo lánguido cimbraba ante cada detonación, movía el arma con oscilaciones leves, la sujetaba con fuerza, eran balas profesionales dirigidas a los de enseguida de mi mesa, a quienes vi muertos cuando nos pusimos de pie. Duramos alrededor de treinta segundos en el piso, hasta que alguien gritó que ya se habían ido. Las mesas estaban patas parriba. Muchos gritaban. Mi amigo temblaba, mi amiga lloraba y yo sentí un indefinido hueco en el estómago por ver la mirada del tipo que masacra en público.

martes, 20 de marzo de 2018

VERSOS SONÁMBULOS



“Te recuerdo en una madrugada como esta, abrazando mis miedos con tu mirada. Dormíamos juntos en la noche más larga del año, la primera del otoño y la última del verano. Ahora llueve igual, pero sigo solo, y además aburrido, doy el mundo por tener otra vez tus ojos quietos junto a los míos”…, estaba leyendo y releyendo lo que había escrito la noche anterior pero un sujeto se puso de pie y me despertó de la imbecilidad con el timbre del camión que hizo sonar una melodía de música clásica. 


Se vistió de artista y bajó. Los demás seguimos quietos en el autobús. Nadie iba platicando con nadie y unas luces azules embellecían todas las cosas blancas. Yo estaba en medio de los cinco asientos del fondo y a unos pasos de mí, estaba una mujer que se parecía mucho a la dueña de mis versos sonámbulos.

El camionero fumaba tabaco a pesar de los carteles de salubridad y calcomanías de prohibición. Guardé el papelito de mis memorias y la observé como el túnel que enseña una luz. Traía un moño blanco que brillaba como si el chongo de su cabello fuese un foco encendido. Solía virar por detrás de sus hombros con desatino y entonces noté su mirada buscando mis ojos, y su sonrisa reprimida en vísperas de ser compartida conmigo.

 “Tú y yo compartíamos odios, y eso es más profundo que compartir gustos. Pero los odios unen a las personas por un hilo negro que termina en un hoyo…” había continuado leyendo mi papelito hasta que de nuevo se escuchó la melodía de música clásica, era el mismo sujeto, con la misma corbata y el mismo peinado. Ella volteó a verme como si ya nos conociéramos. Comencé a sentir la presencia de una extraña fuerza pero cuando vi su sonrisa, por fin compartida conmigo, supe que un hilo nuevo se formaba. Apartamos nuestro efímero coqueteo cuando escuchamos un pedazo de madera golpeando el piso, miramos los pies del sujeto y nos dimos cuenta que tenía uno de gallo y otro de cabra.

—¡Ah, cabrón!

Miré hacia otro lugar, aterrorizado, esperando que el sujeto bajase. Una cuadra adelante, el camión se descompuso. Se apagaron las luces azules, los murmullos ocuparon los oídos. El camionero bajó con cigarro en mano y luego de hablar por un teléfono público, dijo que no habría otro camión que nos pudiera ayudar, ya era tarde.

Los seis pasajeros bajamos inevitablemente del autobús y cuatro de ellos tomaron camino a ningún lugar y ella se quedó recargada en una pared que decía Se rentan cuartos por día, semana o mes. El cielo nebuloso era un enorme pedo de Dios color elefante y la ciudad quedaba a la merced de las luces artificiales. Parecía que iba a llover.

—Hola –le dije por fin. Pero ni se inmutó–. ¿Hasta dónde vas? –insistí.

Me miró con ojos sombríos. Aluciné una música de suspenso. Oí un zumbido que rebotaba en el cráneo y después todo se puso en pausa, como si tocáramos el silencio. Se acercó a mí viendo a los lados y al fin escuché la voz más celestial de todos los tiempos.

—¿Viste al sujeto con los pies de animal?

—Era el diablo –respondí sin titubeo.

Reforzó el chongo de su cabello y noté que tenía tatuado un dólar sobre su nunca, pero no le di importancia porque seguía siendo hermosa. Su mirada era dos estrellas solitarias y su sonrisa permanecía intacta aunque hablase. Se llamaba Lucía Fernanda pero todos le decían Luce.
Sólo al ver pasar a una oficinista que usaba falda y auriculares en las orejas, mirando cuatro segundos su celular y medio segundo el camino por donde iba, notamos que ni el camión ni el camionero estaban donde se quedaron y que la realidad volvió a ser ese río místico en el que nos ahogamos. 

Sentí que era el comienzo de algo grande y después me di cuenta que había perdido el papelito de mis memorias. Caminamos hacia el centro histórico con ambigua lentitud, como queriendo no llegar. Su andar consistía en poner un paso adelante del otro y arrugar su nariz como si quisiera disimular un placer furtivo. Llegamos a la zona de casas antiguas, doblamos en una esquina y justo enfrente, vimos al sujeto de traje que se bajó dos veces del camión. Nos dimos cuenta que era más alto y más corpulento, iba caminando como un gigante por la banqueta. De nuevo sus patas de animal nos estremecieron. Era una pata de tamaño familiar, tres dedos gordos y peludos, con auténticas uñas de gallo, y en el pie derecho llevaba en la punta un mazo de cabra que sonaba tan fuerte como la herradura de un caballo.

Ella decidió seguirlo y yo decidí seguir a ella.

El diablo entró a un local que decía Reparación de calzado. Nos sentamos en la acera de enfrente. Ella se soltó el cabello largo, negro y lacio, lo típico. Seguía sonriendo, pero ya no mostraba esa luz. Le dije que tenía miedo. Ella se burló de mí. Le propuse ir a otro lado, al malecón a caminar y charlar. Se puso de pie y pensé que accedería, pero caminó hacia la puerta apolillada por donde había entrado el diablo, tocó fuerte pero no había señales de alguien.

—¿Vamos a entrar sí o no?

—El diablo está allí, lo normal es correr despavoridos y echarnos unas chelas en Olas Altas.

Sin importarle un carajo mis sentimientos y voluntades, abrió el cancel color blanco ya corroído, empujó la puerta roja y una negritud penetrante surgió de adentro. Sin ataduras en la conciencia se difuminó en la oscuridad del interior y yo esperé afuera, hasta que un viento heló mi nuca y su voz tan dulce como esas mañanas de invierno en la niñez me invitó a entrar.

Era un cuarto penumbroso, atiborrado de nalgas, no había ninguna esquina donde no hubiese un par de nalgas. Negras gordas, roñosas, blancas y granientas. Además de nalgas, había un pequeño hueco que transportaba a otro cuarto lleno de costales negros bien amarrados. Entramos en él y notamos que al fondo un hombre se bañaba. De pronto el agua dejó de escucharse y la luz del baño se apagó. Él seguía cantando una melodía clásica. Ahí viene el diablo, quise decirle, pero los nervios me invadieron los labios. Apareció entonces, estaba desnudo pero no tenía ni pene ni vagina. El aura que le rodeaba iluminó el cuarto. Había más costales negros de lo que pensamos, las torres se extendían hasta donde la mirada se encuentra con el cielo.

—Al principio pensé que no llegarías –dijo el hombre fríamente, mirando mis ojos temblar–. Pero luego pensé que tu soledad era tanta que llegarías –Luce sólo observaba, sin mostrar miedo ni impaciencia–. Pensar es más importante que sentir, aunque digan lo contrario algunos románticos.

—¿Quién lo dice, el diablo? –preguntó ella.

—Aquí me tienen, par de idiotas. Siéntanse dichosos –dijo escuchándose menospreciado, mientras hacía más grande el hueco para regresar al cuarto de las nalgas y mostrarnos el mismo efecto infinito de los costales, elevando millones de nalgas al cielo–. No están aquí por casualidad, ustedes me llamaron.

—Yo ni siquiera creía en ti –dije con valentía premeditada–.

—Pero de hoy en adelante creerás, y te obligaría a pedirle perdón a tu abuela por no creerle de mi aparición mientras jugaban lotería a media noche, pero no creo en los perdones. Te voy a conceder un deseo, ya sabes, como en las películas. Te aseguro que el diablo no es tan malo como dicen y dios ni tan bueno, y como éste no te preguntó si querías nacer, yo sí te daré a elegir si quieres morir.

Parpadeé y enseguida aparecí en casa de mi abuela, estaba sentada en la mecedora, dormida, con el control de la televisión en la mano, soñando con mi abuelo muerto. Mi madre estaba en la habitación soñando con mi padre muerto.

—¿Qué eliges? –Apareció él en la pantalla de la TV– ¿Tu abuela o tu vida?

Luce ya no estaba. Pensé que seguramente se trataba de un sueño e intenté despertar, sentir mi cuerpo acurrucado en mi cama fría, temblando. Pero nada. Cerré los ojos sin que el diablo se diera cuenta y me dije Despierta, pero me sentí muy estúpido porque él se estaba riendo de mí.

—No tienes salida –dijo saliendo de la pantalla, esto es real, son las once de la noche, ibas con tus amigos a beber, ellos te esperan, incluso Luce te espera, debes elegir rápido o me llevo a los dos y tu madre de paso se muere de pena –puso un revolver antiguo sobre la mano de mi abuela, el control de la televisión lo arrojó al sillón– quítale la pistola y dispárale en la cabeza a la vieja rancia.

—¿Y si despierta?

—Más divertido será.

Fui por un trago de agua. Respiré muy profundo cuando me di cuenta que sin meditarlo ya había elegido matarla. Dije Perdón y apreté el gatillo con su propio dedo. Aparecí en la banqueta, con Luce. Reparación de calzado decía el letrero sobre nosotros.

—¿Vamos a entrar o no?

—Por supuesto que yes –le dije como si estuviera buscando la revancha.

Estaba el diablo sobre un escritorio, usaba lentes y revisaba unos papeles.

—Pídeme un deseo, lo que quieras, pero que las personas puedan concebirlo, no vayas de pendejo a pedirme el don de volar o de respirar bajo el agua.

—Pide salud, dinero y amor –me recomendó Luce.

—Sólo puedes pedir una sola cosa.

—¿Por qué haces esto? ¿Por mi alma?

—El precio ya lo pagaste y lo seguirás pagando toda tu vida. Tu alma siempre ha sido mía y ahora debes decidir.

Pedí el dinero, obvio. En la banqueta aparecieron una docena de bolsas negras llenas de basura: cincuenta millones de pesos. ¿Qué vamos hacer con todo esto? En qué sociedad vivimos, sin dinero no podemos hacer nada y si tenemos dinero de sobra, nos cuestionan. Lo más lógico es llevarnos las bolsas a mi casa pero mis padres allí están y no sabría cómo explicarles esto.

—Yo vivo sola, si quieres vamos a mi casa a dejar todo este dinero. Podemos comprarle una camioneta a alguien, le damos el doble de lo que vale, o el triple.

—Excelente idea –dije ante los ojos de mi madre, quien me despertaba con el ruido del plato de desayuno dejándolo en el escritorio de mi habitación.