Por ese eterno deseo insatisfecho

Percibimos la realidad, la interpretamos; despues la criticamos y la analizamos, luego proponemos y la transformamos.

martes, 10 de abril de 2018

Ruina desleal


Sebastián no es una isla.
Nadie reclamó por las luces que le instalaron al final de camino.
Sebastián no es un conductor necio que estaciona su auto en el espacio de discapacitados.
Por eso nadie reclama.
Sebastián era una persona. Nada más.
Los que parten el pan allá arriba no lo esperaban llegar porque no era el tianguis turístico.
Él no era un perro o un gato maltratado por algún humano desalmado.
Mucho menos el último rinoceronte blanco de África.
En Mazatlán abundan tortugas sin cabeza y viejos pelícanos percudidos.
Acá la justicia es popó. Popó blanca que mancha los promontorios salados y erosionados.
Erosión de corazón para una familia de humanos. Simples humanos.
Él no dará la vuelta al mundo. No era fulano de tal. Era Sebastián, pues.
Joven promesa del box de trece años que por no cargar celular el diablo se lo llevó.
Ningún día terrenal más.
Hijo de alguien, sobrino de otro.
¿Qué debe estar pagando un padre que entierra a su hijo?
Pero: miles de muertos hay todos los días, ¿quién reclamaría a Sebastián?
Los de su especie sufren de sobrepoblación.
Los finiquitados.
De los Nadies a los Ningunos se llega caminando.
¿Si los ambientalistas defienden la naturaleza, los veterinarios a los animales, los geógrafos las actividades en la tierra, los astrónomos al universo, quién defiende a las personas?
¿Será que los derechos humanos y las ciencias sociales y de la salud no son suficiente y es necesario crear una Personalogía, Humanología?  
Para no olvidar jamás. Nunca más.

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