Por ese eterno deseo insatisfecho

Percibimos la realidad, la interpretamos; despues la criticamos y la analizamos, luego proponemos y la transformamos.

martes, 20 de marzo de 2018

VERSOS SONÁMBULOS



“Te recuerdo en una madrugada como esta, abrazando mis miedos con tu mirada. Dormíamos juntos en la noche más larga del año, la primera del otoño y la última del verano. Ahora llueve igual, pero sigo solo, y además aburrido, doy el mundo por tener otra vez tus ojos quietos junto a los míos”…, estaba leyendo y releyendo lo que había escrito la noche anterior pero un sujeto se puso de pie y me despertó de la imbecilidad con el timbre del camión que hizo sonar una melodía de música clásica. 


Se vistió de artista y bajó. Los demás seguimos quietos en el autobús. Nadie iba platicando con nadie y unas luces azules embellecían todas las cosas blancas. Yo estaba en medio de los cinco asientos del fondo y a unos pasos de mí, estaba una mujer que se parecía mucho a la dueña de mis versos sonámbulos.

El camionero fumaba tabaco a pesar de los carteles de salubridad y calcomanías de prohibición. Guardé el papelito de mis memorias y la observé como el túnel que enseña una luz. Traía un moño blanco que brillaba como si el chongo de su cabello fuese un foco encendido. Solía virar por detrás de sus hombros con desatino y entonces noté su mirada buscando mis ojos, y su sonrisa reprimida en vísperas de ser compartida conmigo.

 “Tú y yo compartíamos odios, y eso es más profundo que compartir gustos. Pero los odios unen a las personas por un hilo negro que termina en un hoyo…” había continuado leyendo mi papelito hasta que de nuevo se escuchó la melodía de música clásica, era el mismo sujeto, con la misma corbata y el mismo peinado. Ella volteó a verme como si ya nos conociéramos. Comencé a sentir la presencia de una extraña fuerza pero cuando vi su sonrisa, por fin compartida conmigo, supe que un hilo nuevo se formaba. Apartamos nuestro efímero coqueteo cuando escuchamos un pedazo de madera golpeando el piso, miramos los pies del sujeto y nos dimos cuenta que tenía uno de gallo y otro de cabra.

—¡Ah, cabrón!

Miré hacia otro lugar, aterrorizado, esperando que el sujeto bajase. Una cuadra adelante, el camión se descompuso. Se apagaron las luces azules, los murmullos ocuparon los oídos. El camionero bajó con cigarro en mano y luego de hablar por un teléfono público, dijo que no habría otro camión que nos pudiera ayudar, ya era tarde.

Los seis pasajeros bajamos inevitablemente del autobús y cuatro de ellos tomaron camino a ningún lugar y ella se quedó recargada en una pared que decía Se rentan cuartos por día, semana o mes. El cielo nebuloso era un enorme pedo de Dios color elefante y la ciudad quedaba a la merced de las luces artificiales. Parecía que iba a llover.

—Hola –le dije por fin. Pero ni se inmutó–. ¿Hasta dónde vas? –insistí.

Me miró con ojos sombríos. Aluciné una música de suspenso. Oí un zumbido que rebotaba en el cráneo y después todo se puso en pausa, como si tocáramos el silencio. Se acercó a mí viendo a los lados y al fin escuché la voz más celestial de todos los tiempos.

—¿Viste al sujeto con los pies de animal?

—Era el diablo –respondí sin titubeo.

Reforzó el chongo de su cabello y noté que tenía tatuado un dólar sobre su nunca, pero no le di importancia porque seguía siendo hermosa. Su mirada era dos estrellas solitarias y su sonrisa permanecía intacta aunque hablase. Se llamaba Lucía Fernanda pero todos le decían Luce.
Sólo al ver pasar a una oficinista que usaba falda y auriculares en las orejas, mirando cuatro segundos su celular y medio segundo el camino por donde iba, notamos que ni el camión ni el camionero estaban donde se quedaron y que la realidad volvió a ser ese río místico en el que nos ahogamos. 

Sentí que era el comienzo de algo grande y después me di cuenta que había perdido el papelito de mis memorias. Caminamos hacia el centro histórico con ambigua lentitud, como queriendo no llegar. Su andar consistía en poner un paso adelante del otro y arrugar su nariz como si quisiera disimular un placer furtivo. Llegamos a la zona de casas antiguas, doblamos en una esquina y justo enfrente, vimos al sujeto de traje que se bajó dos veces del camión. Nos dimos cuenta que era más alto y más corpulento, iba caminando como un gigante por la banqueta. De nuevo sus patas de animal nos estremecieron. Era una pata de tamaño familiar, tres dedos gordos y peludos, con auténticas uñas de gallo, y en el pie derecho llevaba en la punta un mazo de cabra que sonaba tan fuerte como la herradura de un caballo.

Ella decidió seguirlo y yo decidí seguir a ella.

El diablo entró a un local que decía Reparación de calzado. Nos sentamos en la acera de enfrente. Ella se soltó el cabello largo, negro y lacio, lo típico. Seguía sonriendo, pero ya no mostraba esa luz. Le dije que tenía miedo. Ella se burló de mí. Le propuse ir a otro lado, al malecón a caminar y charlar. Se puso de pie y pensé que accedería, pero caminó hacia la puerta apolillada por donde había entrado el diablo, tocó fuerte pero no había señales de alguien.

—¿Vamos a entrar sí o no?

—El diablo está allí, lo normal es correr despavoridos y echarnos unas chelas en Olas Altas.

Sin importarle un carajo mis sentimientos y voluntades, abrió el cancel color blanco ya corroído, empujó la puerta roja y una negritud penetrante surgió de adentro. Sin ataduras en la conciencia se difuminó en la oscuridad del interior y yo esperé afuera, hasta que un viento heló mi nuca y su voz tan dulce como esas mañanas de invierno en la niñez me invitó a entrar.

Era un cuarto penumbroso, atiborrado de nalgas, no había ninguna esquina donde no hubiese un par de nalgas. Negras gordas, roñosas, blancas y granientas. Además de nalgas, había un pequeño hueco que transportaba a otro cuarto lleno de costales negros bien amarrados. Entramos en él y notamos que al fondo un hombre se bañaba. De pronto el agua dejó de escucharse y la luz del baño se apagó. Él seguía cantando una melodía clásica. Ahí viene el diablo, quise decirle, pero los nervios me invadieron los labios. Apareció entonces, estaba desnudo pero no tenía ni pene ni vagina. El aura que le rodeaba iluminó el cuarto. Había más costales negros de lo que pensamos, las torres se extendían hasta donde la mirada se encuentra con el cielo.

—Al principio pensé que no llegarías –dijo el hombre fríamente, mirando mis ojos temblar–. Pero luego pensé que tu soledad era tanta que llegarías –Luce sólo observaba, sin mostrar miedo ni impaciencia–. Pensar es más importante que sentir, aunque digan lo contrario algunos románticos.

—¿Quién lo dice, el diablo? –preguntó ella.

—Aquí me tienen, par de idiotas. Siéntanse dichosos –dijo escuchándose menospreciado, mientras hacía más grande el hueco para regresar al cuarto de las nalgas y mostrarnos el mismo efecto infinito de los costales, elevando millones de nalgas al cielo–. No están aquí por casualidad, ustedes me llamaron.

—Yo ni siquiera creía en ti –dije con valentía premeditada–.

—Pero de hoy en adelante creerás, y te obligaría a pedirle perdón a tu abuela por no creerle de mi aparición mientras jugaban lotería a media noche, pero no creo en los perdones. Te voy a conceder un deseo, ya sabes, como en las películas. Te aseguro que el diablo no es tan malo como dicen y dios ni tan bueno, y como éste no te preguntó si querías nacer, yo sí te daré a elegir si quieres morir.

Parpadeé y enseguida aparecí en casa de mi abuela, estaba sentada en la mecedora, dormida, con el control de la televisión en la mano, soñando con mi abuelo muerto. Mi madre estaba en la habitación soñando con mi padre muerto.

—¿Qué eliges? –Apareció él en la pantalla de la TV– ¿Tu abuela o tu vida?

Luce ya no estaba. Pensé que seguramente se trataba de un sueño e intenté despertar, sentir mi cuerpo acurrucado en mi cama fría, temblando. Pero nada. Cerré los ojos sin que el diablo se diera cuenta y me dije Despierta, pero me sentí muy estúpido porque él se estaba riendo de mí.

—No tienes salida –dijo saliendo de la pantalla, esto es real, son las once de la noche, ibas con tus amigos a beber, ellos te esperan, incluso Luce te espera, debes elegir rápido o me llevo a los dos y tu madre de paso se muere de pena –puso un revolver antiguo sobre la mano de mi abuela, el control de la televisión lo arrojó al sillón– quítale la pistola y dispárale en la cabeza a la vieja rancia.

—¿Y si despierta?

—Más divertido será.

Fui por un trago de agua. Respiré muy profundo cuando me di cuenta que sin meditarlo ya había elegido matarla. Dije Perdón y apreté el gatillo con su propio dedo. Aparecí en la banqueta, con Luce. Reparación de calzado decía el letrero sobre nosotros.

—¿Vamos a entrar o no?

—Por supuesto que yes –le dije como si estuviera buscando la revancha.

Estaba el diablo sobre un escritorio, usaba lentes y revisaba unos papeles.

—Pídeme un deseo, lo que quieras, pero que las personas puedan concebirlo, no vayas de pendejo a pedirme el don de volar o de respirar bajo el agua.

—Pide salud, dinero y amor –me recomendó Luce.

—Sólo puedes pedir una sola cosa.

—¿Por qué haces esto? ¿Por mi alma?

—El precio ya lo pagaste y lo seguirás pagando toda tu vida. Tu alma siempre ha sido mía y ahora debes decidir.

Pedí el dinero, obvio. En la banqueta aparecieron una docena de bolsas negras llenas de basura: cincuenta millones de pesos. ¿Qué vamos hacer con todo esto? En qué sociedad vivimos, sin dinero no podemos hacer nada y si tenemos dinero de sobra, nos cuestionan. Lo más lógico es llevarnos las bolsas a mi casa pero mis padres allí están y no sabría cómo explicarles esto.

—Yo vivo sola, si quieres vamos a mi casa a dejar todo este dinero. Podemos comprarle una camioneta a alguien, le damos el doble de lo que vale, o el triple.

—Excelente idea –dije ante los ojos de mi madre, quien me despertaba con el ruido del plato de desayuno dejándolo en el escritorio de mi habitación.

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