Por ese eterno deseo insatisfecho

Percibimos la realidad, la interpretamos; despues la criticamos y la analizamos, luego proponemos y la transformamos.

viernes, 19 de marzo de 2010

Don Trinidad, el hombre más inteligente de la familia murió

Yo estaba desayunando en el mercado universitario, cotorreando y atragantándome de unas quesadillas, como casi todas las mañanas. Muy felices mis compañeros y yo, como casi siempre. Les platicaba a mis amigos sobre la filosofía cínica (que leí en el libro El mundo de Sofía), que la fundó Antístenes, alumno de Sócrates. Los cínicos, del año 400 antes de cristo, creían que la verdadera felicidad es interna, y que no depende de lujos materiales, de poderes como el coercitivo o el político, o de buena salud. También les estaba contando sobre el más famoso de los cínicos, Diógenes, que era discípulo de Antístenes; éste habitaba en un tonel y no poseía más bienes que una capa, un bastón y una bolsa de pan, pues así no era fácil quitarle la felicidad. A manera de anécdota les narré que un día llegó Alejandro Magno a su tonel, se colocó justo enfrente y le preguntó que qué quería, que él le daría todo lo que él quisiera, entonces Diógenes sólo atinó a decirle una cosa: “Sí, que te apartes un poco y no me tapes el sol”. Ahí demostraba que no era fácil quitarle la felicidad a un hombre que sólo vive para él y como consecuencia para el bienestar social porque no le hace daño a nadie, sólo imaginemos cómo sería el mundo si nadie le hiciera daño a alguien. Para no hacer la crónica más larga, mi madre me marca y me da la noticia de que falleció un tío abuelo, que en mi parecer, era casi como el propio Diógenes.

Hombre delgado, de tez morena resultado del trabajo y del sol, bolero de niño, pescador de adolescente, ferrocarrilero de joven y cínico de viejo, creo. En esos momentos, en el momento de imaginarlo sin compañía de nosotros los que sudamos, los vivos, no pude evitar recordar cuando yo era niño, que vivía con él, porque mi papá aun no tenía casa; a la hora de comer, yo y mi hermana nos sentábamos en la sala con nuestra comida, pues en la mesa ya no cabíamos, entonces Don Trini, desde la mesa, nos aventaba pequeñas bolas de tortilla, luego le daba un sorbo a la sopa y después se mofaba volteándonos a ver de reojo, mientras nosotros riéndonos se la devolvíamos. Y mi papá nos regañaba.
Después de haberse jubilado, se dedicó a caminar por el malecón. Un día que salió a pasear como de costumbre, se dio cuenta que podía ganar dinero con seguir caminando y agachándose: juntando botes. De tal manera que su nuevo oficio, ni bueno ni malo, nos benefició a mí y a mis primos, pues el dinero que juntaba por la recolección de botes, de cada mes, nos lo regalaba y nosotros bien gustosos y deseosos nos lo gastábamos en porquerías, y la jubilación quedaba para la comida de la casa, donde vivía mis abuelos maternos, mi familia y una tía más, la hermana más chica de mi mamá. Éramos dos niños y 6 adultos, en dos cuartos.
En realidad nadie se quejaba, nunca nos quejamos, vivíamos bien a gusto con la comida suficiente y, Don Trini nos fue inculcando la idea de no dejarnos llevar por la apariencia ni por los objetos, él siempre decía –sobre todas las cosas, la panza es primero-.

Ahora, por qué digo que fue el hombre más inteligente de la familia. Como él ninguno, ni siquiera tenía cuarto para dormir, no tenía dinero en su bolsa, no tenía más de dos pares de tenis, mas de dos cambios de ropa tampoco tenía, mucho menos perfumes ni carros, no fumaba tabaco ni marihuana y no tomaba alcohol. Lo máximo que tenía era una gran canasta llena de papeles, que siempre estaba arriba del refrigerador, yo creo que había miles de papeles, escrituras de la casa, acta de nacimiento, recibos, abonos, documentos en general; era lo máximo que poseía, he aquí la comparación con el cinismo. También fue inteligente porque nunca se casó ni tuvo hijos. Me torné triste, pero fue lo mejor para él, ya tenía muy avanzado el cáncer en la próstata y sólo sufríamos. Sólo queda recordar, aunque duela, ni para qué intentar olvidar, si los olvidos también duelen.

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